Cayó sobre tu espalda
la llama de tu pelo,
y quemó la blancura
su ondulación de fuego.
Entre los áureos rizos,
por el amor deshechos,
yo vi calientes, húmedos,
brillar tus ojos negros.
Sin desmayar, erguidos,
redondos, duros, tersos,
temblaron los montones
de nieve de tus pechos.
Y de amor encendida,
estremecido el cuerpo,
con amorosa savia
sus rosas florecieron.
El clavel de tus labios
brindaba miel de besos,
y fue mi boca ardiente
abeja de sus pétalos.
De la crujiente seda,
que resbalara al suelo,
emergió su blancura
tu contorno supremo.
Y al impulso movido
de ardoroso deseo,
se cimbró entre mis brazos
y quedó prisionero.
Me abrasaban tus ojos.
Me quemaba tu aliento.
Y apagó las palabras
el rumor de tus besos.
E. DE MESA
(1928)
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