Saturday, September 23, 2006

EL COLOR DEL MUNDO EN 1966 - PABLO NERUDA

EL COLOR DEL MUNDO EN 1966 - PABLO NERUDA

De regreso a la patria me encuentro con el telegrama de la agencia Novosti. ¿Cómo ve el mundo en este año que comienza?
En este momento exacto veo al mundo enteramente rosa y azul. Esto no tiene implicación literaria, política ni subjetiva. Esto significa que desde mi ventana primero me golpean la vista grandes macizos de flores rosadas y, más lejos, el océano Pacífico y el cielo se confunden en un abrazo azul.

Pero comprendo, y lo sabemos, que otros colores existen en el panorama del mundo. ¿Quién puede olvidar el color de tanta sangre humana vertida cada día, inútilmente, en Vietnam, y el color de las aldeas quemadas por el napalm?
No todo es rosa y azul en el mundo en este año que comienza.
He vivido diez meses fuera de mi país y me siento un poco mareado.
Todavía siento las vibraciones de los aviones, los trenes y barcos que me transportaron a tantos sitios.
Me doy cuenta de que anduve saltando como una mosca alrededor de un globo, de región en región.
Estuve en Spoleto con poetas de todas las latitudes.
Por fin tocaron mis pies el suelo antiguo de Samarcanda.
Estuve en Montevideo y en Oxford, en París y en Helsinki, en el lago Bied, y en Budapest, en Vigo y en Buenos Aires, en Hamburgo y en Río de Janeiro. El mundo vibra aún dentro de mí con la trepidación de estas ciudades.
Pero pasó todo el año, con sus pasados meses, sus nerviosas semanas y sus días desdichados. A Vietnam y a Santo Domingo les hizo la guerra un país llamado Estados Unidos: algunas decenas de miles de muertos...

Santo Domingo sigue dividido, ultrajado e invadido. Suenan tiros en las calles, nadie sabe qué hacer y no se sabe cuándo se irán los invasores y dejarán tranquilo a ese pobre país.
Pero de una u otra manera deberán los yanquis hacer sus maletas. Mas, con frecuencia, en la maletas está el peligro. Nunca se retiran con las maletas vacías. En cada una de sus valijas se llevan un pedazo de nuestra independencia.
Pero si se van de Santo Domingo no es porque lo deseen. Es porque fracasaron. Se dieron un golpe a sí mismos. Sus invasiones en Vietnam y República Dominicana se han transformado en un boomerang que luego les golpea en una forma para ellos, inesperada. Ese boomerang los persigue cuando viajan por el mundo dando explicaciones.

Tienen que explicar, hacernos comprender, aclararnos, iluminarnos, para que entendamos su ofensiva de paz. Los simples mortales debemos tragarnos la crueldad, el terror y la destrucción de un país y al mismo tiempo comprender los maravillosos propósitos pacíficos de aquellos que dirigen las acciones intervencionistas de EE.UU.
Por el momento no sigamos hablando de este asunto. No debemos perder las esperanzas.

Hace tres días volví a entrar, por primera vez después de la ausencia, a mi casa. Grandes grietas en las paredes... Todos los cristales hechos añicos formaban un doloroso tapiz en el suelo de las habitaciones. Los relojes, también desde el suelo, me marcaban la hora del terremoto. Cuántas cosas bellas que ahora Matilde barría con una escoba, porque una sacudida de la tierra las transformó en basura.
Sin embargo, debemos limpiar, ordenar y comenzar de nuevo. Cuesta encontrar el papel, y luego es difícil hallar los pensamientos.
En el mes de marzo de 1965 mis últimos trabajos fueron una traducción al español de Romeo y Julieta, y un largo poema de amor en ritmo anticuado, poema que quedó inconcluso.
Vamos, poema de amor, levántate de entre los vidrios rotos, que ha llegado la hora de cantar, a restablecer la integridad, a cantar sobre el dolor humano.

Es verdad que el mundo no se ha limpiado de las guerras, no se ha lavado la sangre, no se ha corregido el odio. Es verdad.
Pero es verdad que nos acerca esa evidencia: los violentos se retratan en el espejo del mundo y su rostro no es hermoso ni para ellos mismos.
Estamos en enero de 1966. Este año alcanzaré tal vez sesenta y dos años de vida.
Y sigo creyendo en la posibilidad del amor. Tengo la certidumbre del entendimiento entre los seres humanos sobre los dolores, sobre la sangre y sobre los cristales quebrados.

Se juntaron a mi ventana macizos de flores rosadas que brillan al sol con intensidad de piedras preciosas.
Más allá el mar es azul y se aleja hacia el distante azul del cielo.
Perdonadme si creo que, a pesar de todo, el mundo brilla infinitamente rosa. Infinitamente azul.

P.N.

Isla Negra, enero
El Siglo, Santiago, 11.2.1966.

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